Todos los libros que he leído tienen demasiado polvo sobre sus lomos. Me da miedo que alguno de sus personajes se enfade conmigo, si decido abrirlos de nuevo. La última vez que discutí con el capitán Nelson fue tan intensa, que terminé por lanzarle al fuego. No deberían hablarme, pero lo hacen. Saben que no deberían hacerlo. Jamás he creído ese propósito que dicen tener dispuesto para mí. Los psiquiatras ya se han cansado.
Esta noche sin embargo, quizás me atreva a abrir alguno de ellos. Estaba pensando en compartir con Sherlock Holmes lo del extraño tipo de la gabardina. Esta mañana se pasó dos horas observando como conversaba con el Conde Drácula. Nunca me termina de gustar su conversación. Me da escalofríos. Y aún así, me sentía protegido ante la mirada más amenazadora de aquel hombre que se escondía de nosotros.
Vivo en París, tengo 28 años y acostumbraba a leer un libro cada dos o tres días. Esto fue decreciendo, conforme mis queridos amigos de papel decidieron irrumpir en mi realidad. Al principio consiguieron atormentarme, inundando mi espacio vital con sus divagaciones, opiniones estúpidas, y órdenes en última instancia. Más tarde, aprendí a aprovechar sus momentos de lucidez en mi beneficio, intentando obviar los delirios que se empeñaban en provocarme. Pero caí demasiado tarde en la cuenta, de que conforme se hacían más presentes, más me costaba sacarlos de mi mente. Ahora mismo convivo con el Dr. Francis Geels, salido de un libro de Robert Cook; con el valeroso D'Artagnan, de mi idolatrado Dumas, y con la Lolita de Nabokov.
Por el apartamento se pasea la adolescente provocando a mi pobre D'Artagnan. Un gascón no está acostumbrado a la poca decencia de nuestro tiempo. De todas formas ambos están algo apenados por la muerte de Nelson. Tuve que hacerlo. Dejarme en paz.
El Dr. Geels parece entenderme mejor. Dice que va a estudiar a fondo mi caso como en el libro del que proviene. Que conseguirá alguna droga que me haga olvidarles a todos. Se apena siempre que llegamos a este punto. Yo finjo estarlo también.
He de hablar con Sherlock. Me dirijo algo temeroso a la biblioteca. Un espectáculo digno de ser visto por quiénes no me comprenden se abre ante mis ojos. La luz se filtra por las vidrieras alumbrando con avidez toda la sala. Un piso de parquet, las estanterias color caoba, y muebles coloniales heredados de mis padres, sirven como marco para lo que se avecina. Doy dos pasos adelante y todo comienza a temblar.
Los estantes se vacían nerviosos. Saben que voy a volver a visitarles. El polvo salta de un lado a otro mientras todo me da vueltas. Me arrodillo abrumado. La cabeza va a estallarme. Lloro sólo y todo termina. Levanto la vista y allí está con una mano tendida hacia mi. El hombre de gabardina que va a ayudarme a investigar a su semejante que ha estado acosándome. Le miro a los ojos, y mucho me temo que su intelecto y el del Dr. Geels chocarán a menudo. Vaya suerte.
1 comentario:
me gusta jules...
hay gente que los intenta revivir, a veces son ellos mismos los que te observan sin que te des cuenta, como sucede con jules:)
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