El camarero ofreció un taburete vacío junto a la barra y Auron accedió solícito. Buscaba alguna mirada amable con la que conversar sobre el tiempo, lo caro que estaba el soplo de Ron, o un sin fin de nimiedades que se le ocurrían casi estúpidas. Observó de nuevo como aquella luz era mucho más benévola con los que preferían ocultarse en las sombras, que con los que buscaban en ellas. Pensaba en su amigo que acababa de ver. Cómo le tendió la mano sabiéndose ya en Tierra junto al “doctor”, y como compartían ese deseo de navegar y no adentrarse tanto en eriales que les eran ajenos. Mas para llegar a París había que cruzar unas cuantas montañas, y el anciano estaba dispuesto ha hacerlo a toda costa. Siempre le sorprendían esos asuntos de los que su camarada andaba metido, hombre de fortuna en el mar… con demasiados problemas que atender en Tierra… lo recordaba mientras recortaba una mirada hacia un individuo muy sospechoso que se encontraba frente a él. También bebía Ron, pero muy lentamente, casi como si le desagradara su sabor. Le observaba pensativo, una mente alicaída que deseaba algo más pero no se atrevía a pedirlo. De pronto sus miradas se cruzaron. Aquel hombre debía ser un poco más joven que el doctor (no era muy difícil), y tenia un extraño tatuaje en el antebrazo, algún distintivo de una organización secreta, o algo similar. Viendo que no había otro remedio, alzó su vaso hacia el semblante misterioso y brindó por nada en especial; mas por terminar una mirada insoportable siempre estaba permitido utilizar el Ron. Su interlocutor le devolvió el gesto, y acto seguido se levantó y bajo un manto gris se perdió en las afueras del antro. Lo apartó de su mente.
Le gustaba el romanticismo de aquel lugar. Pese a todo el avance tecnológico, pese a la revolución industrial, pese a aquellas máquinas de vapor que el doctor consideraba endemoniadas… y frente a las armas de fuego que se estaban imponiendo como extensiones de los afilados dedos del maligno, allí, bajo esa débil iluminación; uno volvía a confiar en historias de piratas, de personajes fantásticos, o historias de radio que flotaban en el cielo de París.
La noche transcurrió con demasiado ron (le encantaba utilizar esa palabra cuando de este efluvio se trataba), y terminó cerrando un ojo a eso de las 6 de la madrugada. (Nótese que siempre devolvía la mirada a quien se le acercara, y muchos le habían llegado a insinuar la posibilidad de que no durmiese jamás…)
El sonido del tabernero lavando los platos le sacó del letargo. Estaba solo, y Ragnarok había desaparecido. Se levantó rápidamente y casi sin quererlo tropezó con la empuñadura de la espada que debió caérsele con la embriaguez de la pasada noche. Medio inválido su estampa fue patética tirado en el suelo. Una nueva mano apareció.
Se debía de hacer viejo muy deprisa. Demasiadas manos le tenían que ayudar a ir más arriba, y su orgullo se quejaba desde el fondo de su negra capa. Mas accedió a ella, ya que cuando recordaba que sólo podía valerse de un brazo ya era demasiado tarde para darse cuenta de que había intentado utilizar en vano el que le faltaba. Una mano forzuda de hecho. Aquel paisano tenía aspecto de ser más resistente a los rayos del sol que cualquiera.
- Pisha, ponle al doctor algo para el reuma que sufre en el brazo que perdió. Jajajaja!!! Ai…. ai que vé que ganas de verte canalla.
- No esperaba verle tan pronto.
- Vine con el camión.
Los ojos del viejo se abrieron como platos… la travesía se iba ha hacer mas corta de forma milagrosa, y aún no sabía como bendecir su suerte por no tener que viajar sólo.
- Pero no puedo llevarte compañero.
- Maldición.
- Quedé con el otro pirata en las afueras, ya me dijo que te había visto y que os veríais en Paris. Así que Artista!!! Nos veremos allí no ¿?
No podía reprimir una sonrisa sana ante la gracia de su viejo amigo. Ni tampoco cuando evocaba el momento en que se conocieron. Aquel día ganó como persona ante tal descubrimiento. Tantas veces reía al lado de su camarada que se olvidaba del dolor que lo envolvía. Sabiendo además, que aquel andaluz no sufría poco en su vida… Vio las 2 mágnum que colgaban del cinto de su acompañante y osado le preguntó…
- Ya no te puedes valer de aquellas dagas que con tanto cariño recuerdo… - . Y al instante dos pequeños cuchillos aparecieron de la nada y se clavaron en los ojos del retrato que tenían ante si. <
- Bueno viejo sólo quería que supieses que también voy contigo de acuerdo? Que ya tenia yo ganas hombre… - Dicho lo cual, se destapó el sombrero, y evidenciando una reverencia, marchó hacia el “aparcamiento” improvisado del antiguo embarcadero.
El corsario miró por la ventana como se marchaba con aquel enorme artilugio que nunca había querido ni entender. De hecho apenas llevaban unos años en funcionamiento, y sabía de muy buena fe que su camarada era uno de los primeros en aventurarse a utilizarlos. Volvió a sonreír tímidamente, hasta que se encontró con el último guiño de aquel singular tipo, convirtiéndose en una carcajada solitaria su primer esbozo de sonrisa. Había arrancado el retrato (posiblemente de la esposa del dueño del local) donde había clavado las dagas, y en su lugar había dejado una nota donde se leía…
Esta foto me la llevo, que total ya que
Yo la veo con más frecuencia que usted,
Tengo derecho a poder anhelarla
Mientras la conduzco con mi vehículo.
No había una sola palabra que no fuera maliciosa en aquellas líneas.Doc vio como el tabernero enrojecía de furia y comprendió que era el momento de desvanecerse con la velocidad que tantos años de entrenamientos en la oscuridad le habían otorgado.
Allí afuera brillaba el sol de forma violenta. La arena se mezclaba con el asfalto, y las rocas sobresalían como dentelladas de un tiempo pasado que se resistía a perecer. Giró en redondo y vio la inmensidad que le esperaba. Las tinieblas de las montañas en las que se iba a adentrar eran más tentadoras que el amparo del astro rey.
Advirtió el camino que engullían los escarpados picos, y marchó con el ánimo renovado sabiendo que más allá le esperaban sus camaradas… y ella.
Unos minutos más tarde una capa gris se introdujo por la misma grieta que el doctor, con un sigilo que ridiculizaba la simple expresión del silencio.
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