miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hst Artistas del bisturí, capítulo 3: Silbidos de bala

Distinguir entre las sombras se estaba convirtiendo en un trámite demasiado frecuentado por sus ojos. Aquellas niñas que silbaban inteligencia bajo sus anteojos se entornaban para dar forma a las siluetas en la oscuridad. Agazapado en un faldón de la montaña por la que se coló el anciano, notaba enfriarse la espalda contra la ladera. Hacía tan sólo unos minutos Doc Auron había pasado por aquella rendija con paso ligero y mirada firme. Había pensado en saludarle y acompañarle a París, teniendo ambos camaradas un viaje más ameno. Mentiría si no dijese que no llevaba unos días esperándole, apostado en aquel lugar, sabedor de que el Dr siempre elegiría el camino más resguardado de acompañantes ajenos y siseos indiscretos. Cuando ya alzaba la mano para pararlo en su determinación, contempló como una sombra sigilosa seguía al viejo desde la distancia. Fue una decisión acertada resguardarse. Su figura se diluyó como la fina capa de humo exhalada por una vela moribunda, y en poco tiempo aquel misterioso personaje tomó la misma ruta que su anciano amigo.
Las veces en las que la suerte te tienta a flaquear, ofreciéndote miles de excusas y refugios para caminantes eternamente cansados se estaban recrudeciendo últimamente. Su gesto no era tan obcecado como años atrás. Su piel había recibido infinidad de cicatrices no correspondidas con dulces besos. Las manos temblaban, sin poder sostener ese pulso que tanto necesitaba más de diez segundos seguidos. Convencido de la desgracia que antes o después le alcanzaría se aferraba a ideas suicidas para no enloquecer por lo sufrido… y por lo que restaba padecer. En su favor sabía que las tendencias siempre cambian. Su vida tendía a oscurecerse cual túnel que cada vez se estrecha más, in crescendo la sensación de penumbra. Pero bueno, siempre se podía pactar unos días más con el destino para ayudar a un camarada. Obvió uno de sus tics nerviosos, y saltó al agujero con la 9 mm bien sujeta en la diestra.
Un cañón de revólver le apuntaba la frente rasgando las gotas de sudor que empalidecían por momentos. Las pupilas devoradas por el terror se escondían en su iris verde.
- Tu debes ser …… - Un brazo tatuado rastreaba su rostro valiéndose de aquella pistola.
- Un mal enemigo – sus palabras abrazaron la oscuridad mientras se dejaba caer al suelo, golpeando con su bastón la mano que segundos atrás le juraba muerte.

El revólver rodó por la superficie hasta detenerse en unos matojos cercanos. El
hombre misterioso saltó sobre su contendiente hurtándole la 9 mm, con un movimiento repetido en infinitas ocasiones. Otra vez encañonado.

- Te aseguro que puedo ser tan peligroso como lo desees – la voz ronca del agresor lanzaba contra la lona la determinación del vencido.
- Desearía saber por qué sigues a un camarada. – incluso a él le sorprendió lo severa que había sonado su respuesta.
- Viajo con él. –
- Y yo batí hace poco el récord de los 60 m lisos.-
- Lo dudo mucho-
- Coincidimos pues -.
- Voy con Doc, a París; por mucho que te sorprenda.- la pistola cambió la dirección de su cañón, y fue tendida amablemente hacia la mano del desvalido contendiente.

La asió veloz, y las tornas giraron en aquel frenesí de adrenalina rezumada de las heridas de guerra. Empero el cazador sonreía ante la fingida desventaja. Desapareció de la vista del inválido y tras unos segundos de confusión, le golpeó en la nuca con una porra de metal que guardaba en la pernera del pantalón. Braso perdió el conocimiento y sus gafas estallaron en cientos de briznas malditas que se clavaron en sus ojos sin piedad.

- Ya dije que podría ser muy peligroso tentarme. – Aquella sombra se agachó para recoger su arma y dar el toque de gracia al cojo, que conocía demasiado poco para su tranquilidad. Sería mejor que terminase aquí.
- No pienses que un solo golpe será suficiente para abatirme. – De nuevo el bastón salió disparado hacia el estómago del verdugo, obligándole a retroceder unos pasos.

Su mirada ensangrentada marcaba con vileza el destino del contendiente (que por primera vez desde que se encontraron dudaba de la previsible nimiedad del lance). Como aquel gato viejo conocedor que la mejor carta es aquel triunfo que nadie espera jugar, el asesino chocó bruscamente su espalda contra Braso lanzándole en las tinieblas, a la vez que disparaba una bala cargada de desesperación hacia el cuerpo del amigo del Doctor. A Braso, aquel choque inesperado le hizo abreviar trámites en el conocimiento de su rival. Apretó el gatillo de forma refleja mientras escuchaba el sonido del arma contraria. La muerte siempre jugaba los mejores naipes al final de la partida. De hecho, sólo les salvó el tener a un pirata tramposo en el póker, rondando aquel duelo. Un remolino de viento desvió ambas balas lo suficiente para que no hicieran diana, mostrando la silueta de Auron entre ambos. Ragnarok resplandecía bajo la luz de la luna.

- Un placer verles camaradas. – en aquella figura se recortaba una muesca de cansancio y resignación que detenía el corazón de los rivales.
- Saludos Doc. Aquí Garbo (Braso) para servirle. – hizo un ademán de inclinarse ante el compañero a la vez que ambos reían entre dientes.
- Te presento a nuestro nuevo compañero. Por lo que he podido ver, os habéis conocido cerca de morir. No puede haber mejor vínculo en una tripulación experimentada como la nuestra. – Volvía a guardar Ragnarok bajo la capa, distendiendo los músculos y relajando el gesto opaco de su mirada.
- Es un placer conocerle. Mi nombre es Rorro, siento haber intentado matarle.- dicho lo cual la mano se tendió de nuevo amistosamente hacia el cojo que aún restaba en el suelo.
- Así que eres tú…. Doc; no le escuchaste ir tras de ti? Si hasta un necio lo habría hecho. – aquel neurótico era capaz de transformar una frase sencilla, en una daga viperina que rentaba con la paciencia del interlocutor.
- Jajajajajaja – Auron reía relajado en el centro del diálogo.
- Jajajajajaja – Rorro hizo lo propio, mientras se guardaba de tener a mano la empuñadura de su arma.
- Puedes reir lo que kieras, pero maldita sea camarada. Si llega a querer matarte y no aparezco. Lo hubiera hecho. – refunfuñaba a la vez que arrancaba meticulosamente los fragmentos que aún estaban clavados en sus párpados y mejillas.
- Deja que te cure eso.-
- Al menos habías conseguido un empate. – Rorro seguía riendo con los brazos cruzados y la vista escudriñando la noche.
- Siento decirle Sr Rorro que las balas no suelen ser suficiente excusa para darme el pasaporte. No desde tan lejos. – seguía murmurando hasta que se arrancó de un tirón la chaqueta raída por la contienda. Bajo la luz de la Luna se vio aquel tapiz de horror que sólo Doc conocía. La piel quemada formaba una coraza de recuerdos, que era infranqueable para muchas armas blancas, metralla o disparos sin demasiada pólvora. Rorro contemplaba espantado el lienzo que formaban los dos doctores en aquel páramo perdido de la conciencia del hombre.
- No se sorprenda amigo. – Doc guiñó un ojo al asesino.
- No, hazlo tú viejo. Insisto en que ahora podrías estar muerto. ¿En qué estabas pensando? – el ánimo de Braso cada vez se agriaba más con la tediosa cura de las heridas. Las odiaba.
- En una voz lejana.
- De una mujer.
- Si.
- Jajajaja… Que viejo que estás maldito matasanos. – el bastón golpeaba el hombro de Auron, y Rorro contemplaba divertido la escena.
- Sigo con vida que es lo que importa … no es así amigo? – dijo volviéndose hacia el asesino sonriente.
- Yo también te salve una vez. No lo olvides. – Rorro sabía como moldear la gravidez de su voz según objetivo.
- Recuérdaselo a mi siniestra.- Doc escupió el último punto que cercenaba las marcas de Braso,.
- Así que todos nos debemos una no? – Garbo se apoyó en el bastón hasta alcanzar la verticalidad.
- Yo no le debo nada a nadie.
- Ni yo.
- Lo que yo decía.

Los tres compañeros rieron en silencio. Con paso cansado reemprendieron la marcha sin saber la sorpresa que les aguardaba unos pasos por delante…

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