miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hst sv 5, relato n2

Capítulo 2: Reencuentros

La luz parpadeante del tubo de neón pestañeaba el rostro de su visitante. El humo de su cigarrillo, se mezclaba con el procedente de la mesa que lo esperaba. Uno de los presentes carraspeó aparentemente incómodo. El pulso en la sien palpitaba intranquilo. Un brazo tatuado con alfabeto chino apagó su cigarro mientras recuperaba la boquilla del mismo. El otro hombre no había dado señales de vida todavía. Aguardaba tranquilo, con la postura rígida de quien está seguro de morir el último. La gabardina se apoyó en un perchero con cojera, y fue tapada por un sombrero de ala corta, originario de Sicilia. Su colilla reposó encima de la recién abandonada, y unos ojos rasgados le siguieron hasta que tomó asiento junto a ellos. Una voz ronca partió el silencio cruelmente.

- Hace tiempo que le buscaba. Vengo en representación de dos clanes y me gustaría… - un siseo oriental se adelantó al discurso perfectamente preparado. El reflejo que se adquiere con los años en la mafia, le hizo lanzar la mano hacia el revólver.
- Sabemos exactamente por qué nos necesita. Y usted conoce las razones por las cuales nosotros deseamos colaborar. Es insultante que quiera hacerme perder el tiempo con sus historias. – una mirada salida del más frío Beijing perforó su templanza italiana.
- Jejeje, veo que no exageran las historias sobre usted. Está bien. Comencemos…


La fábrica se alzaba imponente ante sus dos figuras, recortadas en aquel siniestro
horizonte carente de vida. La apariencia ruinosa no era más que una falsa fachada. Cuando el lector escondido en un viejo puesto de teléfonos leyó el ojo artificial del más alto de los visitantes, una puerta de doble fondo se abrió en uno de los laterales del edificio. El otro caminante arrastraba un ruido metálico carente de emociones. Siete figuras les aguardaban desde el frío interior. Un sordo lenguaje de sonidos binarios sustituía el ruido de los senos nasales. Una rigidez artificial ocupaba sus cuerpos. Y un infierno de sombras plateadas les escoltaba al fondo de la estancia. Los ojos del acompañante no pudieron más que sorprenderse ante aquella abrumadora potencia de combate.

Los aullidos de la mansión roja contrastan con la dulce melodía de un piano. Su Hall está atestado de cabezas cortadas y disecadas. Un experto en disección se pasea con su bata de arriba debajo de la escalera central, comprobando la majestuosidad de su obra. En una habitación anexa al sótano, el jefe de la banda y su mano derecha diseccionan a su manera el último cuerpo conseguido en la cacería. Se divierten con el rojo. Les anima su fuerza. Los dedos, poblados de rubís incrustados en su carne maldita, son un esperpento de matices brillantes. La voracidad con la que devoran al prisionero todavía vivo es inusual. Están nerviosos. Saben que se avecina mucha sangre. Y la sangre es vermelha.

Cinco cervezas de importación hacen las veces de amantes y esposas. Las cinco manos más poderosas en cuanto a riquezas las aprietan firmemente. Conocen de su debilidad en combate, pero su determinación es clara. Han advertido cómo se sacude el polvo de la vieja fábrica. Sus mejores fuentes informaron de que algo se agita al otro extremo de la ciudad. Sus estudios en economía, empresariales, lecturas de mercado, sociología, no pronostican nada bueno. Su intuición de asesinos les advierte de la cantidad de almas que dejarán de ser extorsionadas si no se aplaca el nuevo poder naciente. Y por mucho que le duela en su orgullo, el jefe de éste sindicato se ve obligado ha hacer una última llamada…

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