Capítulo 3: Una llamada
La vieja trastienda seguía dando amparo a tan terrible reunión. Sus ocupantes respiraban tensión con cada movimiento realizado por otro. El humo se acumulaba en el techo mohoso, dándole un aspecto más podrido si cabe. Un centenar de colillas atestaban el cenicero anteriormente vacío. Más de cuatro horas, discutiendo sin descanso los puntos clave de la estrategia. El individuo de rasgos italianos parecía no quedar nunca satisfecho. Su apariencia era una loa a la perfección. Sus frases siempre calculadas, obligaban al interlocutor a dar su brazo a torcer, o al menos, a seguir atrapado en la negociación. Los orientales, parecían perder el temple con el que se habían presentado al desconocido. Estaban abrumados ante su conocimiento superlativo. Les había ido llevando hasta un punto sin retorno. Un lugar en el cual deseabas ser su aliado, antes que luchar por un gramo de libertad. Y a pesar de ello, seguía exprimiéndoles.
- No digo que nuestras tres familias no sean suficientes para acabar con ellos. Su tan renombrado orgullo parece que les nuble la razón. Además, en estos momentos no están en una posición muy favorable como para intentar heroicidades. Aún somos débiles, ellos lo saben, y lo usarán para provocar un enfrentamiento directo. – el discurso martilleaba en la mentalidad cargada de simbolismo ancestral. Sus tradiciones les impedían comprender todo lo que hablaban aquellos ojos grises. Una impotencia pintada de respiración superficial empezó a escucharse como respuesta. El hombre siguió hablando.- Una de nuestras facciones es extremadamente joven, y además, no confío plenamente en todos mis miembros. Entiéndanme, la lealtad se firma con sangre. Es un lazo que todavía no he podido comprobar en mis subordinados. – Paró unos segundos para tomar aquel aire viciado antes de continuar.- La ciudad está en período de expansión, es un momento clave para encontrar nuestra posición y defenderla. El mal que se agita en la zona maldita es infinitamente superior a nosotros. En su mano está convencer al Sindicato de entrar en escena.- El hombre sentado entre los otros dos orientales se echó unos centímetros hacia delante. Miró de reojo un teléfono desvencijado y lo extendió hacia su reciente aliado. Éste parecía no comprender que quería mostrarle aquel anciano. Su confusión saltó como un resorte al comprobar que una luz roja parpadeaba en el aparato. Aquel destello precedió a un fuerte timbre, que lo terminó de sacar del estupor mantenido. Impresionado por lo irreal de aquella situación, descolgó cargado de desconfianza.
- No me gusta nada tener que recurrir a esto. Pero he de hablarle con franqueza. Tenemos que encontrar al hombre que se hace llamar Siciliano. Es una emergencia.- la voz temblaba nerviosa, tanto por la situación vivida como por el hecho de tener que hablar con aquél interlocutor. Cuando éste recibió el mensaje, no tuvo más remedio que dejar escapar una de sus sonrisas veladas antes de colgar el auricular.
La mansión roja sigue agitándose. La presión de estar situada entre dos frentes a punto de estallar, afecta a sus ocupantes. Las carnicerías se vuelven más sangrientas si cabe. Manchas de sangre sin terminar de secarse se extienden cada vez más lejos de la entrada. Algunos demonios no soportan la espera, y descuartizan sin piedad los pocos esclavos que quedaban con vida. Otros tantos odian aquella expectación. Las ventanas abiertas de par en par no son un buen presagio para los habitantes cercanos al Boulevard maldito.
Centenares de pasos metálicos resuenan en el interior de la fábrica abandonada. Su frecuencia y número aumentan con el paso de las horas. La maquinaria se ha puesto en funcionamiento. Sus líderes, contemplan con un silencio reverencial el principio del fin de five city.
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