Capítulo 4: La fábrica
Un frío artificial rodeaba a los siete elegidos. Habían venido de las otras cuatro ciudades con un único propósito. Su anhelo les había llevado al límite, haciéndoles abandonar sus cuerpos humanos. La perfección carece de alma. Sin sentimientos nada podrá perturbar tu mente a la hora de actuar. Un duro proceso de selección les había llevado hasta five city, un despiadado capo les exigía una crueldad jamás conocida. Y el último fin, no era otro que instruir al más grande de su clan, todavía por llegar. Aquél destinado a controlar toda la ciudad en un futuro no muy lejano. Los siete conocían esto, y lo aceptaban con disgusto. A pesar de su aparente imperturbabilidad, todos tenían sus ansias de poder intactas. Querían experimentar personalmente, el terror ajeno que podía llegar a causar. Ejercer su dominio sobre las personas libres que esperaban ahí afuera. Mas nada podían hacer ante las órdenes de aquel semi-humano que los observaba. Él les había devuelto a la vida. Había encontrado la forma de esclavizarles, y de ofrecerles recompensas parciales que los mantenían con ánimo de seguir su causa. Todos evitaban el contacto directo con sus ojos. Le temían sobre todas las cosas, y por ello, les inquietaba más todavía el trato preferencial que tenía sobre su última creación. El primer ser totalmente artificial, creado por aquella pesadilla hecha de metal. Empero su misión estaba bien clara. Fabricar más y más bots con los que extorsionar a los ciudadanos. Conseguir cadáveres recientes para usarlos en investigación. Y sobretodo, eliminar toda esperanza de asentamientos humanos en sus tierras. La cadena de producción trabajaba con un frenesí demoníaco. Los siete lugartenientes organizaban escuadrones, a los que más tarde ordenarían pequeñas misiones de reconocimiento o asesinatos selectivos. Su eficacia estaba todavía por probar. Su maldad era su sustento.
Y la primera de estas avanzadillas, topó accidentalmente con una cabaña de ninjas emplazada en las cercanías de la fábrica. Habían despertado a un gigante dormido.
La mano temblorosa se paseaba por la frente empapada de sudor. Realmente era duro llamar al anciano de Beijing. Un paso en falso, podía comportar una guerra cruenta con aquella mafia china. Y su posición social, impedía demasiadas molestias. Los cinco sindicalistas se miraban en silencio en una mesa circular de mármol. Sus experiencias en batalla eran más bien nulas. Todo lo que recordaban giraba en torno a los libros, una extorsión inteligente que no llamase la atención. Los mercaderes, a pesar de estar asfixiados por sus impuestos, siempre tenían algún favor pendiente con sus hombres. Era una vida sencilla, cómoda, y la idea de perderla se les hacía imposible de imaginar. Todo ello había empujado los hechos más allá de lo que nunca quisieron llegar. Acababan de entrar en un mundo desconocido. Su futuro sin embargo, parecía conocer el destino que les esperaba.
El taller abandonado del extremo sur de la ciudad no hacía más que recibir cargamentos de armas y municiones. Una efectividad antinatural rodeaba las acciones de estos hombres. Su determinación era directa como un halcón.
Gemidos que imitaban una risa sardónica, se paseaban por la acera de enfrente de la mansión. Un individuo risueño terminaba de devorar a un niño medio muerto. Desde las ventanas de la misma, su capo observaba complacido la sangre fría mostrada por sus súbditos. La iban a necesitar. La amenaza bot se acercaba.
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