Aure se había levantado más temprano de lo acostumbrado para acercarse a su biblioteca favorita. Aquel edificio en el cual su mejor amigo, el constante y trabajador Martin, le había demostrado el valor de confiar en quiénes te importan. Un laberinto interminable de libros y aventuras esperándole. Luis Eduardo, Sonia, Lorena y el loco de Juan Carlos, podían transformar cualquier rutina en un canto a la sinrazón. El optimismo del que ríe.
Andaba distraído tocando los setos que quedaban a su derecha, saboreando las texturas del ciprés. Todo era maravilloso. El cielo azul, los coches grises, la acera con el ladrillo naranja al que esquivar de un salto. Insectos bola que jugaban al póquer en la siguiente esquina, con el recelo del artrópodo oscurantista, honrando la memoria de vacas vírgenes Ucranianas. Una señora mayor comprando un helado a su nieto, mientras éste sonreía nata, chocolate y fresa. Incluso los cóndores habían leído un comunicado en prensa, anunciando que habían pasado de ser treinta especímenes, a treinta y tres. Nada podía ocurrir que empeorase aquél día en el que todo eran pies derechos. Hasta que la vio a ella.
Paris andaba cogida del brazo del informático, que parecía haber acentuado todavía más sus rasgos marciales. Desde la distancia, los ángulos de su rostro se volvían líneas obtusas chocando contra la belleza de la chica. Aferrada como un koala sin cerebro al resplandor del eucalipto. No sabía que le molestaba más, si el que ella hubiera preferido a Rex, o que éste no valorase quién le profesaba admiración. Posiblemente fueran ambas cosas. La disyuntiva que le planteaba el amor le conseguía destrozar un ejército de pies derechos. “Aure ella no ve en ti lo mismo que tu en ella”, lo cual era una obviedad muy molesta como punto de partida. ¿Pienso en qué quiere ella de un chico? No, no me rebajaré hasta ese nivel. ¿Busco como destruir a Rex? Por supuesto. ¿Sutil o sincero? Lo que me salga en el momento. ¿Y Paris qué pensará? Que soy idiota, pero lo piensa igualmente. ¿Debería simplemente olvidarla? Eso es huir, y no sabes hacerlo Aure. ¿Qué haría Martin en tu lugar? Esperar pacientemente. Martin, un hombre sabio. ¿Y mientras tanto Rex disfrutando de ella? Lo siento Martin, pero eso es inadmisible. Rex en sí es inadmisible, nos hace sufrir. ¿Nos?
Perdido en una de sus muchas discusiones mentales, no había advertido como la pareja había llegado a ponerse a su nivel, dispuestos a entablar una conversación que se advertía fétida. Olía mal sólo con verles las caras.
Aure: Rex, eres un vacio fragmento de metano que cristaliza en la fosa nasal de un lémur tuberculoso. – sublime. Ambos le miraron más agrios si cabe.
Rex: Mira chaval, me das pena. No esperes que te conteste. No VENIMOS a eso. – Paris parecía acompasar sus palabras con un ligero balanceo de cabeza.
Aure: No podrías contestarme. Técnicamente, debería someterme a una lobotomía con un escarabajo del medio oeste americano, para aspirar a mostrar un mínimo interés en ti.- se ajustó el gorro de lana rojo.
Rex: Andrea, ¿es necesario que escuche a este tío?-
Paris: Aure, eres muy muy tonto. No creas nos apetece tener que decirte esto, pero te necesitamos. – el informático de gafas verde “Space Invaders” suspiró. Aure les observó algo perplejo. Comprendió que necesitaba tiempo para escucharles, así que agarró una bola de ciprés y se la ofreció.
Aure: Toma.- la puso en las manos de Paris. Sintió la piel de la muchacha, y un cortocircuito agarrotó ligeramente sus dedos. – Observadla atentamente, y cuando de ella salga un pollito amarillo me termináis de contar esto de que “me necesitáis”.-
Rex: Te dije que era un idiota.- pasó por su lado chocando el hombro con el del chico, lanzándole al suelo. Andrea parecía agacharse para ayudarle a ponerse en pie. Se paró a unos centímetros de su cara.
Paris: Debes olvidarlo de una vez y colaborar. Martin TE necesita.- dicho lo cual pasó sin mostrar la más mínima calidez. El chico permanecía en el suelo, ridículo y estúpido, sin ganas de pensar si era merecedor de todo aquello.
Quería correr, correr lejos de casa. Correr sólo y sin compañía. Unas pocas palabras acerca de recuerdos, con la cabellera rubia de la mujer, habían sobrado para llenar de hollín su día maravilloso. La única huida posible era la de la biblioteca. Quizás sus amigos hicieran que todo volviera a revertirse.
Apoyó sus brazos en el murete de la derecha, y se incorporó lentamente. A lo lejos, Paris y Rex ya habían girado la esquina que les lanzaba contra el gran edificio de paredes ocre. La mañana seguía brillando con la misma intensidad, los helados derritiéndose con sonrisas y las palomas apoderándose de los coches mal aparcados. Todo exceptuando una larga cabellera rubia era amable. Confiaría pues en su pie derecho, y volvería a andar.
Parada a cinco metros de la puerta de la biblioteca, Gertrudator admiraba la cristalera, aferrada a un ariete medieval que le servía de apoyo físico, y moral. Los estudiantes guardaban una distancia prudencial, sabedores de que iba a repetirse el ritual de tantas otras ocasiones. Volde saludaba efusivamente a Rex, sin siquiera reparar en Paris, que los observaba distraída. Luis Eduardo y Sonia todavía no habían llegado. Lorena (la cual en días anteriores había pasado inadvertida para sus ojos), leía Moby Dick por enésima vez apoyada en un viejo banco de metal, ajena a todos los estúpidos que ella pensaba que le rodeaban.
Gertrudator fue cogiendo carrerilla lentamente. De nuevo se lanzó con todo su peso contra las puertas de cristal, impactando el afilado ariete y haciéndolas saltar en mil pedazos. Cuando comprobó que ya estaba abierta su amada biblioteca, pulsó el botón 1 de su teléfono móvil, marcación rápida del cristalero.
Todos fueron entrando con la normalidad de quiénes se sienten anónimos al mundo. Linealidad para cubrir asientos libres. Espectadores que trabajaban duro sin querer contaminarse de complicaciones. Completos seres incompletos. O al menos así les veía Aure. Pero no le caían mal, ya que pensaba que en el fondo todos veían su propia aventura llena de personajes incompletos. Y ser secundario de muchas historias, era casi peor que pasar sin ser descubierto. Precisamente uno de estos secundarios le faltaba aquella mañana.
Había caído en la cuenta de que si Gertrudator volvía al trabajo era porque Juan Carlos no estaría con ellos. Quizás la vieja había decidido volver sin más, pero mucho se temía que lo ocurrido el día anterior pudiera tener la culpa de su ausencia. No sabía si alegrarse o entristecerse, ya que el extremo psicodélico en que terminaban todas las acciones del cowboy, podían complicarlo todo hasta hacer la situación irrespirable. Y en estos momentos, él sólo quería estar un buen rato con su gran amigo Martin, compartiendo reflexiones y escuchando las conclusiones del estudiante disecado. También se alegraba por Luis Eduardo, del que abusaba sin mucho sentido. Que gran amigo Luis Eduardo. Él y sus dos bicicletas eran casi tan agradables como Martin. Poniendo todo en una balanza, parecían buenas noticias que Juan Carlos no estuviera aquella mañana. El tiempo le daría o quitaría la razón.
Entró esquivando los cristales que seguían esparcidos por el suelo, haciendo el mismo recorrido que los últimos días. La estantería de Historia de España a la izquierda, la mesa central con estudiantes alicaídos a su derecha, y al fondo, la espalda de Martin, aplicado en el estudio. ¡Qué alegría! Ver al estudiante disecado le hizo volver a sonreír. Apretó el paso para llegar lo antes posible, sin percatarse de las miradas que Sonia le lanzaba a unos pocos metros.
Aure: ¡Hola compañero! – se sentó a su lado.
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista de matrices que resolver por delante).
Aure: ¡Oh! ¿Sigues con las matrices? – una sonrisa de ingenuidad afloraba del muchacho. - ¡Pero no hace falta que te esfuerces tanto hombre! Además, ayer por la noche estaba tan contento que las terminé yo sólo. – parecía un pequeño pavo inglés.
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista de matrices que resolver por delante).
Aure: Trae.- las quitó de debajo de la mirada del chico, dejando sus antiguos apuntes al descubierto. - ¿Ves? Ahora pareces más aliviado.-
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Voz de chico: Sí, eso parece.-
Aure: ¡Luis Eduardo! ¡Amigo! ¡Hola! – se tocó nerviosamente el gorro como señal de respeto.
Luis Eduardo: ¡Hola Aure! ¡Hola Martin! – fue a coger sitio enfrente de ellos.
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Aure: ¿Qué te cuentas amigo, buen amigo mío? – recordaba el vuelo magistral de la tarde anterior. Al fin y al cabo, había destrozado el portátil de Rex. Un acto de heroísmo sólo alcanzable por alguien tan superlativo como era Luis Eduardo.
Luis Eduardo: ¡Me siento fantástico! – dio unos pasos de bachata a un lado y a otro antes de sentarse.
Aure: ¡Eso parece! ¡Bravo! –
Luis Eduardo: ¡Bravo! –
Lorena: ¿Vais a estar mucho más tiempo así? – la niña vieja había vuelto a camuflarse entre sus novelas. Ahora aparecía para cortar un momento tan bueno como aquél.
Aure: No, gracias a ti.- le puso cara de nubarrón, y terminó de sacar sus apuntes.
Luis Eduardo: Hola anciana. Me llamo Luis Eduardo, y tengo dos bicicletas. – mismo ritual que acostumbraba.
Aure: ¡Hola! ¡Dos bicicletas! ¡Qué suerte! – se rascó la barbilla.- yo tengo una.
Luis Eduardo: Eso también es un poco de suerte.-
Aure: Si. Definitivamente si.-
Lorena: Se quién eres. ¿No me recuerdas de ayer? - le miraba de soslayo, haciendo como que no le importaba la respuesta. El muchacho de corrector dental bizarro se acercó todo lo socialmente aceptado, y apretó la cara para ayudarse a pensar.
Luis Eduardo: Ayer era usted mucho más joven. – parecía aturdido.
Aure: Eso es por Juan Carlos.- El nombre del bibliotecario se clavó en la joven anciana. Fijó los ojos en el muchacho de gorro rojo, y todo el desprecio que unas falsas arrugas te permiten expresar pasó a inundar su rostro.
Luis Eduardo: ¿Dónde está?-
Sonia: Dicen por ahí que lo han expulsado. Hola Aure.- los rizos se escondían entre sus orejas de pirata. Lorena levantó el labio inferior, conteniendo una réplica.
Luis Eduardo: oh! Eso es muy triste. – paró unos segundos para reflexionar.- Creo que le echaré de menos, aunque ahora mismo no lo sé seguro.
Aure: Hola Sonia, no te había visto.- rizos queriendo ocultarse.- ¿Por dónde lo dicen?
Sonia: Por ahí.- señaló a la mesa de Rex, Volde y Paris.
Luis Eduardo: Ayer tuve mala suerte y me choqué contra el ordenador de ese chico. – También señaló al informático.- Quizás debiera pedirle disculpas.
Aure: No creo que debas. Y Martin tampoco.-
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Luis Eduardo: Pues si Martin no lo cree, tendrá razón.-
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Lorena: ¿Han dicho algo más? – no pudo seguir esperando a que el ritmo basal de esa conversación, la llevara ante las respuestas que esperaba.
Sonia: Muchas cosas. Cosas malas de Martin también.- no quería empezar la mañana con aquello. Pensaba que el tiempo pondría todo en su sitio, y era mejor estar feliz que seguir complicándose.
Aure, Luis Eduardo: ¡De Martin! – se giraron para mirar al estudiante aplicado y disecado.
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Aure: ¡Oh pobre!¡Mírale que preocupado está ahora!-
Luis Eduardo: ¡Martin tranquilo que yo tengo dos bicicletas! –
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Lorena: ¿Y se puede saber que son “cosas malas”? -. Habían conseguido que volviera a dejar de leer su novela favorita.
Sonia: Dicen que pronto se llevarán también a Martin. Que no es higiénico tenerlo aquí.- la tensión casi le hizo perder el conocimiento. Cerró los ojos esperando caer dormida, pero nada ocurrió esta vez.
Aure: ¡¡¿QUÉÉÉÉ?!! – los aplicados jóvenes de su alrededor carraspearon incómodos. Muy temprano se formaba alboroto en la misma mesa de siempre.
Sonia: No se Aure. No he querido escuchar mucho más, no me caen bien.- se alineó junto a ellos, buscando el cobijo de su continuo naufragio.
Aure: Mierda, ese bastardo no puede dejarme en paz.-
Lorena: ¿Y de Juan Carlos hay alguna noticia? – le dolía pronunciar su nombre, pero ansiaba tener la máxima información posible.
Sonia: No creo que vuelva a venir. Ya os he dicho que no se casi nada. – deseaba dormirse – Mejor volvemos a estudiar.-
Aure: ¿Volver a estudiar? ¿Y dejar a Martin a su suerte? – cogió el hombro del chico.
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Aure: No te preocupes amigo, nosotros te protegeremos. –
Luis Eduardo: Yo no quiero que le pase nada a Martin. Aure estoy un poco preocupado. –Apoyó el codo sobre la mesa y se dejó caer. Había perdido toda la vitalidad con la que se había presentado aquella mañana.
Aure: Es comprensible. Pero mientras estemos juntos, resisitiremos.-
Luis Eduardo: ¡Resistiremos!
Lorena: Contad conmigo.-
Aure: ¿A su edad podrá soportarlo?
Lorena: Tengo 19 años.- suspiró.
Luis Eduardo: ¡Guau! Dentro de dos años seré así de viejo. – le señalaba sin pudor.- Eso debe ser lo que llaman “mayor de edad”.-
Lorena: Oh por favor.-
Aure: Bueno, si usted piensa que podrá ayudarnos, bienvenida sea.-
Lorena: Lo hago por Juan Carlos imbécil.-
Luis Eduardo: Todas las razones son buenas para ayudar a Martin.-
Martin: (gesto compungido y pensativo, una larga lista que memorizar por delante).
Los jóvenes se apretaron más si cabe al estudiante disecado, cerrando filas. Sonia hacía tiempo que dormía al no poder con todo aquel ajetreo. A lo lejos, Rex y Volde parecían estar conspirando contra ellos. Paris estudiaba ajena a todo, bastante cansada de estar en medio de las estúpidas tormentas de adolescentes.
Gertrudator anunció su vuelta disparando su rifle de francotirador contra un boli que un chico golpeaba repetidamente contra la mesa. Un silencio sepulcral pasó a inundarles durante unas horas. Los marinos de Moby Dick sabían que luego vendría la tempestad.
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